Una revolución en ciernes


"Ara, senyor molt excel·lent, se veu totalment roïnada e perduda per l'absència del seu gloriós príncep e senyor, lo senyor rei. Veu que és perida en ella tota potència, honor e jurisdicció eclesiàstica. Los barons e cavallers potents són perduts; les universitats, adulterant lo llur ben públic, són divises; los rocins dels cavallers son tornats mules; les vídues, òrfens e pubills circoeixen e no troben qui aquells aconsol; los corsaris e pirates dins los ports la roben i totes llurs mars discorren. De què jau la dita nació catalana, quasi vídua, e plora la sua desolació ensemps amb Jeremie profeta, e espera algú qui l'aconsol".

- discurso de Joan Margarit i Pau en las Cortes Catalanas, 1454 



Catalunya no entró en el siglo XV con buen pie. Arrastraba, desde mediados del siglo anterior, una crisis demográfica, política y social de caballo, consecuencia, entre otras cosas, de la Peste Negra que mató a una tercera parte de su población durante la segunda mitad del siglo XIV. La muerte de Martín el Joven y la extinción de la línea de Barcelona en 1410 tampoco ayudó. Además de un largo interregno con su dosis de violencia, la nueva dinastía que se apoderó del trono venía con otras ideas y prioridades. Allí donde los reyes de la línea de Barcelona habían, por lo general, trabajado en defensa de los intereses de los catalanes - a costa, hay que decirlo, de dejar aparcados los de los aragoneses - los Trastámara tenían una visión bastante menos pactista que sus antecesores, más orientada a nuevos intereses en Castilla e Italia que al dominio comercial del Mediterráneo.

El trono vacío

Alfonso el Magnánimo fue un personaje altamente influyente y uno de los primeros monarcas renacentistas, aunque fue, en general un mal rey y, por encima de todo, un rey ausente. Italia fue su gran obsesión, a ello dedicó toda su atención y todos los recursos del reino. La epopeya que fue la conquista de Nápoles fue la gran obra de su reinado, en muchos aspectos, la única. El apoyo de los catalanes a las aventuras del rey en tierras lejanas se fue enfriando con el paso de los años, hasta convertirse en un constante tira y afloja entre Alfonso y las cortes. Desde Italia, el Magnánimo exigía dinero para sus campañas; las cortes respondían que solo le darían dinero si volvía a sus estados peninsulares para pedirlo en persona. Al final, ambos acababan cediendo. El rey accedía a volver a regañadientes, las cortes reunían fondos a desgana y, tras unos pocos meses, Alfonso volvía a embarcarse rumbo a Nápoles. Las idas y venidas se fueron haciendo más y más raras hasta que, en 1437, una estancia de tres meses entre Catalunya y Valencia - ni siquiera visitó Aragón - el Magnánimo embarcó para ya nunca volver. Moriría en Nápoles en 1458, sin haber puesto un pie en España en más de 20 años. 


La ausencia real acarreó severas consecuencias para los reinos peninsulares de la Corona de Aragón, de especial gravedad en Catalunya. El sistema pactista, sobre el que reposaban el compromiso y la paz interna de una sociedad medieval como la catalana, dependiente de sistemas de derecho complejos y a menudo contradictorios, no podía funcionar sin la figura del monarca, la piedra angular del pactismo. Sin su arbitraje, las partes enfrentadas tenían escasas posibilidades de llegar a un entendimiento. Sin el rey, resultaba imposible dar una respuesta a la crisis del sistema feudal que resquebrajaba la estabilidad del Principado de Catalunya y de toda la Corona de Aragón. 

Y así fue como viejas rencillas familiares se dejaron sin resolver, las necesarias reformas políticas se pospusieron indefinidamente y los conflictos entre las oligarquías y el pueblo pequeño fueron en aumento, hasta dejar al país al borde el abismo. La economía se resintió y los enfrentamientos entre facciones degeneraron en guerras privadas, a medida que los rivales recurrían a la violencia para resolver sus disputas. 

Y disputas, como ya hemos dicho, no faltaban. Pero más allá de las rencillas personales y familiares, dos conflictos en particular tenían en vilo a la sociedad catalana tardomedieval, que en términos modernos llamaríamos conflictos de clase: entre la oligarquía urbana y los menestrales, y entre los campesinos y los señores.


La Biga y la Busca

La oligarquía barcelonesa, a pesar de lo contradictorio que pueda parecer, tenía más intereses en común con la nobleza feudal más rancia que con los mercaderes y artesanos. Los "ciudadanos honrados", el patriciado urbano de la ciudad condal, había hecho su fortuna en los siglos anteriores mediante un floreciente comercio mediterráneo. Pero la riqueza había traído con ella otras preocupaciones. A finales de la edad media, las élites económicas de Barcelona vivían menos del comercio que de las rentas acumuladas. Muchos se habían mezclado con la baja nobleza o la nobleza venida a menos, aportando recursos a cambio de títulos y ascenso social. La antigua clase mercante capitalista era ahora una clase rentista. 

Eso ponía sus intereses en abierta contradicción con los de los mercaderes y artesanos del "pueblo pequeño". Estos, apretados por la crisis económica que solo había ido a peor tras la caída de Constantinopla y la expansión turca por el Mediterráneo, presionaban a la corona para que adoptara medidas proteccionistas y devaluara la moneda con el fin de potenciar las exportaciones y el comercio catalán. Pero esta pretendida devaluación hubiera sido desastrosa para la clase rentista, cuyo bienestar dependía, precisamente, de que el valor de la moneda no fuera a menos. 

Las luchas entre el partido de las élites, la Biga ("la viga" que lo aguanta todo), y el partido de los mercaderes y artesanos, la Busca ("la astilla") empezaron siendo políticas pero, en motivo de la ausencia del rey, acabaron cayendo en la violencia. La corona nombró a funcionarios reales favorables a la Busca, pero el sistema de reparto de consejeros del Consejo de Ciento beneficiaba a la Biga, resultando en un bloqueo constante. Los intentos de reformar el Consejo de Ciento acabaron en el destierro del lugarteniente de Cataluña, Galcerán de Requesens, después de que intentara forzar el asunto instalando un Consejo buscaire mediante lo que hoy tendría consideración de golpe de estado.


El caso de los remensas
Mientras eso sucedía en Barcelona, en el campo las cosas no estaban mucho mejor. Como todos los países de Europa, tras sucesivas epidemias de peste durante el siglo XIV, Cataluña había sufrido una fuerte crisis demográfica, que había traído con ella una acuciante falta de mano de obra. A su vez, esta falta de mano de obra se había traducido en un empoderamiento de las clases populares respecto a los señores feudales. Haciendo uso de un mayor poder de negociación, los campesinos habían obtenido diversos derechos de la corona, siempre partidaria de reducir el poder de los nobles y ganarse el afecto del pueblo. Uno de esos derechos era el derecho de los siervos de la gleba a comprar su libertad mediante el pago de un impuesto especial llamado "redimentia", posteriormente catalanizado como "remensa".

Los remensas representaban en Cataluña cerca de 100.000 personas, es decir, entre una cuarta y una quinta parte de la población. A diferencia de lo que podría deducirse de su condición social, no eran en absoluto campesinos pobres, sino algo más parecido a una clase media rural. Los remensas incluso disponían de una organización política conocida como el Gran Sindicato, con líderes y representantes que intercedían ante la corona en nombre de todo el colectivo. En otras palabras, no estaban dispuestos a aceptar las condiciones de semi-esclavitud ni los "malos usos" de los señores, y disponían de medios más que suficientes para comprar su libertad. Sin embargo, muchos señores, temiendo una fuga masiva de mano de obra hacia las ciudades y las tierras bajo jurisdicción de la corona, rechazaron la remensa argumentando que esta iba en contra de sus privilegios feudales.

Técnicamente, desde un punto de vista jurídico, ambos bandos llevaban razón. Este tipo de contradicciones eran frecuentes en los sistemas legales medievales, basados en el privilegio, motivo por el cual el arbitraje del rey era tan necesario. Pero el rey no estaba y, a pesar de su contar con su apoyo y buenas palabras, los remensas no podían contar con mucho más hasta que Alfonso el Magnánimo no volviera de sus aventuras italianas. El asunto quedó en manos de la reina María, que a pesar de tener el afecto del pueblo (al igual que el país, había sido abandonada por el rey), no era la persona adecuada para lidiar con un problema de tal envergadura.

Sin un acuerdo definitivo amparado por la corona, la situación se fue deteriorando con el paso de los años: barones y campesinos se volvieron más radicales, y cada vez menos propensos al compromiso. En 1462, el proceso fallido culminaría en el estallido de la Primera Guerra Remensa, conflicto paralelo a la propia Guerra Civil.








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