Gastón de Foix-Grailly, conde de Foix y Bigorra, vizconde de Bearne, Narbona y Castellbò, lugarteniente general del Reino de Navarra era, en todos los aspectos, un auténtico príncipe del Renacimiento: fabulosamente rico, en su corte de las maravillas, en la ciudad de Pau, se daban cita artistas e intelectuales de todo pelaje, en medio de grandes banquetes, recitales y muestras de animales exóticos. El conde era especialmente aficionado a la justa, uno de sus pasatiempos favoritos, que le valió su apodo, “el Caballero de las Manzanas de Oro”. Cuenta la historia que Gastón dispuso siete manzanas de oro en un árbol del actual barrio del Born, en Barcelona, y retó a siete caballeros catalanes a que intentaran hacerse con ellas. El conde los derrotó a todos. Y es que además de un gran mecenas, como buen príncipe renacentista, Gastón de Foix era también un guerrero avezado, veterano de los últimos compases de la Guerra de los Cien Años. Y un político peligrosamente astuto.
Como magnate occitano, amo y señor de un territorio de iba de Guyena a Perpiñán, y descendiente de la casa de Foix, Gastón mantenía una relación cercana con los vecinos Principado de Cataluña y Reino de Navarra, y quien dice cercana dice, en más de una ocasión literalmente, “a tiro de flecha”. En Catalunya, su título de vizconde de Castellbò lo convertía en barón catalán de pleno derecho y, por lo tanto, vasallo del rey de Aragón. Gastón usó su posición en el tablero catalán para intentar hacerse con un premio mucho más grande que un puñado de feudos deshabitados del Pirineo.
Navarra estaba, desde 1454, sumida en una guerra civil entre Juan de Navarra (futuro Juan II de Aragón) y su hijo, Carlos de Viana, por el control efectivo del reino. En 1441, el conde de Foix se había casado con Elionor de Navarra, hija del primero y hermana del segundo. Y como Gastón era más listo que el hambre, tardó poco en ver la oportunidad. Si lograba apartar para siempre a Carlos de la sucesión (cosa relativamente fácil, dada la profunda enemistad con su padre), lo único que se interpondría entre él y su mujer y la corona de Navarra sería la débil Blanca, hermana mayor de Elionor, que al igual que Carlos de Viana tenía el defecto de ser una alma sensible y frágil en un mundo de bestias.
Así que, durante años, Gastón de Foix, yerno del que iba a ser rey de Aragón, prestó una preciosa ayuda a su suegro, que este recompensó concediéndole la lugartenencia general del reino de Navarra y nombrando heredera a Elionor en 1455 tras desheredar a Carlos. Cuando estalló la Guerra Civil Catalana, Gastón usó sus buenas relaciones a ambos lados de la frontera para promover personalmente una alianza entre los reyes de Aragón y Francia, a la que Luís XI accedió más que encantado. El conde de Foix fue nombrado comandante del ejército francés y, viéndose ya rey de Navarra, se ciñó la armadura, ensilló su corcel y partió hacia al ur a la cabeza de 20.000 hombres.
Preguntaréis ¿y qué pasó con Blanca de Navarra, heredera teórica del reino tras la muerte de Carlos? Pues es aquí donde la historia se va por unos derroteros que ni Juego de Tronos: acusada de apoyar a su hermano contra su padre, la dulce Blanca fue encerrada en Olite por decisión de Juan II y dejada “bajo los buenos cuidados” de los condes de Foix. Posteriormente sería recluida por estos en una torre en Bearne, donde moriría asesinada en 1463, envenenada por una de las damas de compañía de su propia hermana. Y así fue como Elionor se convirtió en heredera de la corona, pasando por encima de los cadáveres de media familia.
La única consolación de los partidarios de Carlos fue que los condes Foix nunca llegaron a disfrutar plenamente de su condición de reyes. Gastón murió en 1472 y Elionor en febrero de 1479, apenas un mes después que padre, acosada por todos los frentes por sus enemigos en Francia, Castilla y Aragón deseosos de hacerse con el control del reino. Abandonada por su padre, enemistada con su medio hermano, Fernando II, dejó Navarra en manos de un niño de diez años e inmersa en una lucha entre potencias que acabaría con su conquista definitiva en 1524.